miércoles, 22 de febrero de 2012

ALGUNOS HOMBRES, EL AMOR Y EL MIEDO

Hace años, en el debatir de una mesa redonda sobre el amor desde la perspectiva de género, una mujer del público afirmó: “Los hombres o no saben o no pueden amar de verdad”. En el momento sentí profundo malestar e incluso argumenté en contra de semejante sentencia, sin embargo, días, meses y años después, necesite repensar todo y aún ando ahí.

Pienso que el amor romántico tal como lo aprendemos resulta una trampa de dolor, sumisión y a veces violencia, sin duda para las mujeres, pero también para los hombres que creen en el amor que posee y obliga.

Lo cierto es que el amor se siente y se vive de forma distinta por los hombres. Sí nos enamoramos y sí sentimos a pesar de la sorpresa de algunas mujeres, pero permanentemente con el miedo a la pérdida del control sobre la situación: “Hay mujeres que te pueden hacer perder la cabeza” “Ésta le va a cazar seguro”, “Te casaste, la cagaste”, “Desde que está con ella se ha vuelto un calzonazos”. Son frases que nos dicen a los hombres para sostener el eterno miedo a Eva y su manzana y mantenernos firmes y distantes en el amor, sin entregarlo todo como hacen ellas y dominando también en este campo minado.

En el mandato del deber ser del hombre tradicional hay valores incompatibles con el amor, como el poder jerárquico y la independencia, que son opuestos al compromiso. El miedo real de muchos hombres no es sólo al compromiso del amor, sino a otro miedo más trascendental, a la muerte del vínculo deseado de la relación, a que la otra persona se vaya y nos deje. Los hombres no tenemos problemas con el compromiso en otros ámbitos de la vida sobre los que supuestamente tenemos más control.

¿Por qué algunos hombres tienen miedo a amar demasiado? ¿Y por qué estos miedos son rentables?

Por educación somos analfabetos emocionales y al amar intentamos poner ese escudo de la distancia, de la falta de escucha y de la carencia afectiva. Una ilustre mujer feminista y pensadora del amor es Marcela Lagarde, y dice sabiamente que los hombres recibimos más amor cuanto más colocamos este en la carencia. Siempre encontramos una mujer que intente sacarnos de nuestras durezas con la frase que la condena a la dependencia: “Dame un beso cariño, no seas tan arisco”. El poder en muchas relaciones emana de la carencia afectiva de los hombres, del amor que se resiste a estar y se refuerza desde la súplica de las mujeres para que esté. Esta es una de las trampas del amor que cita Charo Altable en su libro “Penélope y las trampas del amor” y que genera dependencias y apegos incondicionales. Si el amor es una relación de respeto y cuidado, no puede ser nunca incondicional.

En el aula hablamos del equi-amor, esa nueva forma extraña por descubrir que compatibiliza el cuidado mutuo con la autonomía, que diferencia entre compartirse y entregarse y que se sostiene en la igualdad de derechos, deseos y oportunidades dentro también de los espacios íntimos.

Y es que, a lo mejor, la forma de entender el amor es la soledad. Dice nuestro Ilustre Mario Benedetti, en “Luna congelada”:

Con esta soledad
alevosa
tranquila

con esta soledad
de sagradas goteras
de lejanos aullidos
de monstruoso silencio
de recuerdos al firme
la luna congelada
de noche para otros
de ojos bien abiertos

con esa soledad
inservible
vacía

se puede algunas veces
entender
el amor

Los hombres no sabemos o no podemos estar solos porque entonces nos enfrentamos a nuestros más profundos miedos. Si estamos solos, ¿con quién o contra quién ejerzo mi fuerza, mi dominación?, ¿con quién refuerzo mi identidad de poder externo?

¡Qué bueno sería, en el camino de pensarnos como hombres, también pensarnos como hombres desde el amor!

Como hombres sin miedo, ¿se puede amar de cuerpo y alma entera, a tumba abierta con la misma valentía que nos enfrentamos en otras batallas de la vida?


Fuente : Red de hombres por la igualdad.

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