1º TIMOTEO 2:11-15
2:11 La mujer aprenda en silencio, con toda sujeción.
2:12 Porque no permito a la mujer enseñar, ni ejercer dominio sobre el hombre, sino estar en silencio.
2:13 Porque Adán fue formado primero, después Eva;
2:14 y Adán no fue engañado, sino que la mujer, siendo engañada, incurrió en trasgresión.
2:15 Pero se salvará engendrando hijos, si permaneciere en fe, amor y santificación, con modestia.
2:11 La mujer aprenda en silencio, con toda sujeción.
2:12 Porque no permito a la mujer enseñar, ni ejercer dominio sobre el hombre, sino estar en silencio.
2:13 Porque Adán fue formado primero, después Eva;
2:14 y Adán no fue engañado, sino que la mujer, siendo engañada, incurrió en trasgresión.
2:15 Pero se salvará engendrando hijos, si permaneciere en fe, amor y santificación, con modestia.
Ego
sum.
Los
seres humanos, somos seres sociales. Desde que nacemos, nos
enfrentamos a un proceso de acomodación, socialización y
aprendizaje para encajar correctamente en el entorno en el que nos ha
tocado vivir.
Para
ello, debemos ser capaces de reconocer las características de ese
medio/entorno, y al mismo tiempo, tomar conciencia de nuestra
posición en él.
La
identidad es un importante factor que nos coloca en un lugar del
mundo, aquello que nos define como individuos y que nos posiciona en
un referente, diciéndonos quiénes somos, a nosotras y nosotros y
también al resto.
“Cada
individuo se identifica, a lo largo de su vida, con una serie de
realidades, se ubica en unos espacios que lo definen y que le dicen a
él mismo y a los demás quién es.” (Camps, 1998 : 83).
Tiene
que ver con la construcción del yo, y con la estabilidad fundamental
entre el ser humano, el grupo y su entorno. Autodefinirnos y formar
el autoconcepto, depende del desarrollo de la identidad.
Todas
las personas necesitamos pues, identificarnos dentro de un orden
social, para sentir que pertenecemos a un colectivo. De este modo
obtenemos reconocimiento, es decir, nos reconocemos y nos reconocen
por nuestra pertenencia.
“Las
identidades le deparan al individuo reconocimiento social. Los demás
nos reconocen como aquello que decimos y demostramos ser.”
(Camps, 1998 : 83).
Sin una
identidad que nos posicione, no podríamos vernos como parte de la
realidad externa que observamos.
Formar
parte de una determinada escuela, vivir en un barrio, haber nacido en
un territorio, etc. son circunstancias determinadas por el nacimiento
y más o menos inamovibles, que condicionarán algunos de nuestros
rasgos identitarios. Por otra parte, pertenecer a un club deportivo,
a un sindicato, a una religión, etc. son otro tipo de
circunstancias, que forman parte del abanico de elecciones personales
que escogemos en función de nuestros gustos e inquietudes y que
también influirán en nuestros rasgos identitarios.
“Se habla de identidades involuntarias o encontradas – ser hombre o mujer, ser catalán o asturiano, ser cincuentón – e identidades elegidas – ser médico, tener tres hijos, ser de derechas, ser católico.” (Camps, 1998 : 84).
“Se habla de identidades involuntarias o encontradas – ser hombre o mujer, ser catalán o asturiano, ser cincuentón – e identidades elegidas – ser médico, tener tres hijos, ser de derechas, ser católico.” (Camps, 1998 : 84).
En
multitud de ocasiones, nos posicionamos con relativa libertad, ya que
todo aquello que otras personas ven en nosotras y nosotros contribuye
en nuestras elecciones; nos vemos reflejadas y reflejados en los
espejos que nos presentan.
Cuando
una determinada institución nos acoge, o decidimos formar parte de
ella, es porque se nos presuponen unas características afines al
ideario de dicha institución, y en consecuencia, se esperará un
comportamiento acorde.
Por
tanto, estos rasgos de identidad no sólo nos situan en un referente
reforzando nuestro sentimiento de pertenencia, sino que desarrollan
caracteres de personalidad, pensamientos, ideologías y valores.
De este
modo, alguien que haya nacido por ejemplo en Cataluña, puede
sentirse identificada o identificado con la defensa de la lengua y la
cultura catalanas, y por lo tanto definirá una serie de valores
donde el catalanismo ocupe un lugar importante, y en el que además
entren una serie de ideas relacionadas, como el respeto a la
diversidad lingüística. Esta identidad y la ideología que la
sigue, no pueden reforzarse sin el reconocimiento y rechazo de su
contrapunto, que sería el unitarismo patriótico.
Platón
y el bereshit.
La
sociedad occidental ha montado sus bases éticas, culturales y
morales, sobre los pilares de la cultura grecolatina y de la
judeocristiana.
De la
primera, hemos heredado la visión dualista propia del platonismo,
que diferenciaba entre el mundo inteligible y el sensible, separando
el pensamiento racional de los sentimientos, o distinguiendo el mundo
espiritual del mundo de la materia, creando la dualidad cuerpo-alma.
Todas
las cosas son pues, sólo de una naturaleza o su contraria. O se es
hombre o se es mujer, masculino y femenina, y por supuesto con
funciones también diferenciadas y opuestas : público y privado,
dominación y sometimiento, violencia y cuidados, etc.
Esta
dualidad tiende también a presentar una cualidad como más
importante que la otra, así, Platón consideraba más valioso el
espíritiu que el cuerpo material que lo contiene.
Esa
categorización y su consecuente valoración jerárquica también se
produce en nuestra cultura, pero lo veremos un poco más adelante.
Como la
identidad de una persona se construye a través de la socialización,
es decir, que es el resultado de la estrecha relación entre el ser
humano y su entorno (incluídas las personas que forman parte de
dicho entorno), los valores de la sociedad en la que vive pasan a
interiorizarse en el individuo. La cultura se ha transmitido durante
generaciones y generaciones, perdurando la esencialidad de sus bases.
Una de
las formas más eficaces en que esta transmisión cultural se produce
y se implanta en nuestro subconsciente, es de manera implícita, a
través del poder del mito.
“Todas
las culturas recurren a los mitos como una forma de perpetuar los
valores existentes, como también para interpretar la realidad sobre
las referencias tomadas de lo que es considerado como valioso dentro
de ese marco cultural.” (Lorente,
2009 : 100).
Vemos
así cómo la mitología bíblica está llena de figuras femeninas o
muy virtuosas o muy perversas, cumpliendo con esa función de
dualidad, ya que para reafirmar la existencia de la buena mujer, debe
existir la mala mujer. Si la Virgen María es la figura de la dulce
maternidad, inmaculada concepción, abnegación, paciencia y
sumisión, exaltando en ella los valores que se le reclaman a la
buena mujer, también existe la Jezabel perversa, que manipula a su
familia y obliga a su pueblo a rendir culto a los falsos ídolos,
condenándolos. O la adúltera Betsabé, que es infiel a su marido
posteriormente asesinado por su amante. Y como no, la desobediente
Eva, que condena a toda la humanidad comiendo del fruto prohibido y
engatusando al noble Adán para que también lo haga.
Todas
ellas, ejemplos de malas mujeres que deben servir al resto como
lección sobre la manera en la que no hay que comportarse bajo el
prisma de los valores patriarcales de la cultura católica, y que si
lo hicieran, serían castigadas por los hombres, guardianes del honor
y de las buenas prácticas.
Dichos
valores son los que todas y todos tenemos aprehendidos en nuestros
subconscientes, incluso no estando racionalmente acordes con dichos
valores, no podemos desprendernos del sesgo formado por la cultura.
Pero
retomando el tema, podemos decir visto el ejemplo, que algunas
construcciones identitarias vienen de la contraposición o negación
de otras identidades, consideradas sus contrarias : soy A porque no
soy B. De modo que la construcción de la masculinidad, por ejemplo,
implica la negación de la feminidad. “Ser chico es no ser chica.”
(Simón, 2010 : 82).
Paradójicamente,
el ser mujer también se ha construido históricamente por lo que no
se tiene en comparación con el hombre : si ser hombre era poseer los
órganos masculinos, los órganos sexuales que fecundan, ser mujer
era no poseerlos.
Vemos
pues como la identidad se construye a partir de un proceso complejo
que comienza con el nacimiento, incluso desde antes, pues durante la
gestación ya comienzan las adjudicaciones de los géneros en función
del sexo, y de una determinada identidad vinculada a ello.
- Se nace con sexo femenino o masculino, con una nacionalidad, clase social, entorno familiar, religioso...
- Se crece hacia unas expectativas externas respecto a las características innatas antes mencionadas.
- Se asumen una serie de valores e idearios correspondientes a dichas características y se construye una primera identidad.
A partir
de este momento, las personas podemos romper con algunos de los
rasgos de identidad determinados por las circunstancias vitales, y
elegir libremente otros que pueden ir en la misma línea ideológica,
o ser totalmente opuestos, pero de algún modo estos cambios dependen
de la información que llega a nuestras manos, no se dan en nuestra
mente de manera espontánea.
Si como
hemos dicho anteriormente, nuestra sociedad está implantada en los
valores de la tradición grecorromana y judeocristiana, con un fuerte
patriarcado y unos roles claramente diferenciados y opuestos, nuestro
sexo en el momento de conocerse, va a influir sobremanera en las
expectativas externas, la educación que se nos proporcione y el rol
que se nos invite a desarrollar.
Del
mismo modo, todos los valores de nuestra cultura impregnan los
mensajes que llegan a nosotras y nosotros, a través de las
instituciones, de la educación formal e informal, de los medios
audiovisuales de información, de los mitos y leyendas que conforman
el folclore, de las relaciones con otras personas... en fin, de todo
aquello que forma parte de la sociedad.
Sin
embargo la transmisión no es explícita, todo lo contrario. Nos
llega de manera sutil, escondida en mensajes contradictorios,
equívocos, no mostrándose claramente, pues de ese modo se evita el
enfrentamiento directo con el núcleo del orden moral y se permite el
éxito en la transferencia institución-sociedad-individuo, asi como
su permanencia en el tiempo.
Miguel
Lorente, ex-director
General de Asistencia Jurídica a Víctimas de Violencia de la
Consejería de Justicia de la Junta
de Andalucía, lo expresa así
:
“ Una
sociedad y cultura patriarcal en la que lo normal es lo anormal, que
presume de lo que carece, en la que lo visible es lo invisible, lo
importante lo anecdótico, que manda mensajes equívocos para no
equivocarse y que da bofetadas cuando no hay que darlas para luego
decir que hay que poner la otra mejilla debe mostrar unas referencias
erróneas, como muchos de esos mensajes, para de este modo evitar el
conflicto con la esencia y permitir sólo las disputas entre las
apariencias, fácilmente sustituibles cuando sean derribadas, de
manera que los valores y el orden constituido sobre ellos sigan
intactos.” (Lorente, 2009 : 226).
Un
fenómeno que ha surgido de la categorización de las diferentes
identidades, es su jerarquización.
Como
decíamos anteriormente, el platonismo crea dualismos y superpone una
categoría a otra. Al crearse diferentes identidades, comienza su
comparación con las contrarias : qué soy yo y qué son las demás y
los demás.
Cuando
nos reconocemos, lo hacemos también definiendo lo que no somos, y
valorando con un sesgo favorable hacia lo propio.
De la
devaluación de lo contrario, nace también el desprecio, la
competitividad y el afán por hacer prevalecer lo propio y mejor
considerado.
En esos
casos, la violencia se concibe como un medio para imponer los
criterios exaltados y posicionarse como grupo dominante, obteniendo
beneficios a costa de la comparación favorable, por supuesto, en
detrimento de los demás grupos.
Lara Díaz.
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