Las
mujeres hemos perdido nuestra identidad original.
Muchas
veces en la filosofía feminista, se hacen una serie de referencias
crípticas y místicas, “la mujer salvaje”, “la antigua
diosa”... esto no es más que es resultado de una búsqueda de
nuestra identidad, que perdimos casi a los albores de la civilización
y justo con el principio del patriarcado.
“La
Mujer Salvaje acecha todavía a nuestra espalda de día y de noche.
Dondequiera que estemos, la sombra que trota detrás de nosotros
tiene sin duda cuatro patas.” (Pinkola
Estes, 2007, Prefacio).
La mujer
salvaje, es aquella naturaleza femenina que está atrapada y que no
somos capaces de liberar, ya que la identidad de la mujer fue creada
por los hombres patriarcas, a favor de sus intereses y bajo sus
preceptos discriminatorios, y nosotras aun no hemos podido encontrar
aquella naturaleza original que perdimos.
Esto
ocurre porque vivimos bajo unas normas morales, que para mantenerse
deben crear falsas apariencias, evitando que se produzca el conflicto
directo con una ética fuertemente discriminatoria donde la mujer es
la gran perjudicada.
Cuando
se habla de “intuición femenina”, no es más que aquella
capacidad para darse cuenta de las afrentas a pesar de que todo
alrededor ofrece mensajes contradictorios.
La
violencia y la marginación que sufre el sexo femenino, siempre queda
cubierta por el velo de la culpa, la autoresponsabilización o la
histeria.
La
identidad que las mujeres tomamos bajo la tutela del patriarcado, o
también llamada feminidad, puede explicarse o clasificarse de
diversas formas, pero aquí vamos a hacerlo de la siguiente manera y
bajo el título de los siguientes puntos :
- La mujer para otros.
- La madre abnegada.
- Enemigas de nosotras mismas.
- Sexualmente disponibles.
Como
“mujer para otros”, vendrían a conjugarse todas las
características tradicionales de la mujer abocada a la vida privada
y doméstica, la madresposa (Lagarde, 2000).
·
Disponibilidad.
·
Sumisión.
·
Obediencia.
·
Preocupación.
·
Dulzura.
·
Comprensión.
La
disponibilidad de nuestro tiempo para uso y disfrute del resto de
miembros de la familia. La sumisión para aceptar nuestro papel en el
hogar. Obediencia para que prevalezcan las opiniones e ideas de los
varones de la casa frente a las mujeres que deben tener un papel
servil, de lo contrario tendrían importancia las acciones de las
mujeres y sería un enlace con la vida pública. Preocupación por el
bienestar ajeno frente al propio, fundamental para garantizar la
dispensación de los cuidados debidos al resto de integrantes del
núcleo familiar. Dulzura, para sobrellevar la tarea de cuidados
domésticos y atenciones con la naturalidad que se le adjudica al
sexo femenino, “cuidas porque ese es tu papel, porque se te valora
por ello y porque sólo así conquistarás la felicidad”. Por
último, la comprensión sobre los errores y acciones ajenas,
implican la clave para soportar situaciones de abusos y de riesgo
contra su propia integridad, así como para cargarse la
responsabilidad siempre a través de la autoinculpación y la
consiguiente exculpación de quienes nos rodean.
Por
eso el papel de “madre abnegada” no es más que la
continuación del rol anterior, para la prosecución de las mujeres
en la vida doméstica.
Cuando
las mujeres ya han salido de sus casas para enfrentar su papel en la
vida pública, aparece la revalorización del papel de la madre.
Esto
es una maniobra del postmachismo reaccionario, que cambia lo
anecdótico y superficial para hacer prevalecer lo esencial de la
moral tradicional y que todo siga como siempre. Por eso las nuevas
posturas se muestran de acuerdo con que las mujeres trabajen fuera de
la casa y disfruten de ciertos derechos y libertades, siempre y
cuando continuen siendo las protagonistas dentro, sirviendo y
cuidando de los hombres, que en consecuencia, gozarán de más tiempo
libre para realizarse públicamente y para sus proyectos personales,
tomando ventajas sobre sus compañeras.
Ahora
el discurso se centra en aquella parte de la identidad femenina que
nadie se atreve a discutir : su papel de madre. (Lorente, 2009).
La
lactancia materna, el cuidado de las hijas e hijos, las voces que
dicen que las criaturas deben estar junto a sus madres el mayor
tiempo posible y que sin embargo no reclaman la misma responsabilidad
para los padres.
A
toda mujer que pone empeño en realizar sus proyectos personales y su
carrera profesional, se la azota con la fusta de la culpa, se la
acusa de ser una desnaturalizada, y se la responsabiliza por todos
los posibles traumas y males que vaya a sufrir su descendencia,
puesto que ese tiempo que la mujer invierte en sus intereses
personales, se lo resta al cuidado hogareño que necesitan las hijas
y los hijos y que sólo una madre puede proporcionar. Y es que
acusarla de descuidar al marido ya no tiene efecto, pero ¿quién va
a poner en entredicho el bienestar de los menores?
Esta
característica binaria de la feminidad que ha traido la modernidad,
y que implica ser la mejor esposa y madre al mismo tiempo que se
trabaja fuera del hogar para traer dinero, junto con otras posibles
obligaciones como formar parte activa del AMPA, han creado una
confusión en la identidad de la mujer, que se ve obligada a ser la
mujer perfecta para rendir en su nuevo papel.
Es
lo que Marcela Lagarde ha definido como mujeres sincréticas
(2000), y Miguel Lorente
lo hace con la frase “ser una mujer 10 sin dejar de ser un 0 a la
izquierda” (2004 y 2009).
Ahora
la mujer debe corresponder a “su naturaleza” de madre abnegada, y
por lo tanto, ocuparse de las tareas de cuidados con dedicación, y
al mismo tiempo ser moderna, haciendo cara también a su papel como
profesional, es decir, debe vivir sobreestresada y asimilarlo sin
rechistar.
No
olvidemos además, que todo este trabajo que queda en manos de las
mujeres, ha sido devaluado e infravalorado por tratarse de una
actividad tradicionalmente femenina. Esos cuidados necesarios para la
supervivencia de la especie, han sido realizados gratuitamente por
las mujeres, y despreciados por la sociedad en general, asi como ha
ido ocurriendo con cualquier actividad típicamente feminizada.
“Las
mujeres somos nuestras peores enemigas”. Se trata de un solgan
que ha cogido fama, todas hemos llegado a creérnoslo. Nos
criticamos a las espaldas, nos robamos los novios o los maridos,
competimos, ejercemos la violencia psicológica hacia las demás...
“Dicha
idea enfrenta a las mujeres entre sí al presentarlas como rivales
siempre dispuestas a arrebatarse lo que cada una de ellas posee.”
(Lorente, 2009 : 114).
Esta
es la cara del tabú de la sororidad, otra sabia maniobra de las
sociedades androcéntricas para evitar que exista la solidaridad y la
alianza entre mujeres.
Cuando
leemos estudios sobre la violencia entre adolescentes, las peleas
entre chicas suelen ser con frecuencia causadas por los novios : “iba
detrás de mi novio”, “queria quitarme a mi chico”, “estaba
ligando con mi novio y le tuve que dejar las cosas claras”.
Todo
esto son síntomas de que las mujeres nos hemos creído eso de que
somos nuestras propias enemigas (Rovira, 2007).
En
ocasiones, somos incapaces de defendernos si queremos encajar en el
grupo y no sufrir exclusión. Cuando se margina a alguna compañera
por tener un comportamiento no aceptado para las mujeres por el grupo
social, como demostrar libertad sexual o no manifestar dependencia
emocional de relaciones heterosexuales, entonces el resto de mujeres,
conscientes de la crítica a la que ha sido sometida esa persona,
evitan seguir su mismo camino. Aprenden a no salir en defensa de sus
compañeras, incluso ejercer las mismas críticas sobre ellas, para
no sufrir su misma suerte.
Como
“sexualmente disponibles”, las mujeres hemos llegado a
perder incluso la soberanía de nuestro propio cuerpo.
Siempre
consideradas como objetos de contemplación, como las acompañantes
de los hombres, relegadas a un segundo plano y preparadas para
proporcionarles placer; esta característica tan arraigada ha acabado
formando parte de la identidad femenina.
Reinas
de la belleza, siempre guapas, maquilladas, usando tacones, fajas,
sujetadores con rellenos, en los casos más extremos, operadas,
siliconadas, estiradas... en definitiva, respondiendo a unos
estándares de belleza, cuyos parámetros han sido creados bajo la
mirada del hombre y respondiendo a sus gustos.
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Por
una parte, se nos exige mostrar nuestra sexualidad como si se tratara
de una joya, para obtener atenciones de los hombres, por otra, se nos
juzga malintencionadamente por lo mismo, incluso se nos agrede, desde
la violación simbólica, castigando a las mujeres por exhibir su
belleza, hasta la violación real, culpabilizando a la víctima por
su forma de vestirse o comportarse. Culpar a la mujer tiene además
la ventaja de minimizar la responsabilidad del hombre agresor.
Para
obtener reconocimiento social, las personas debemos encajar
perfectamente en nuestras identidades asignadas. Por eso las mujeres,
en su mayoría, van a desarrollar actitudes que cumplan con todas las
funciones descritas. Van a intentar ajustar su aspecto a los
estándares de belleza patriarcales, van a buscar su felicidad en la
maternidad y en el criado de sus hijas e hijos, van a tratar de
mantener relaciones monógamas, heterosexuales y duraderas, y a
mantenerse alejadas del feminismo; incluso cuando todo esto va en
detrimento de su salud, de sus proyectos personales, de su promoción
profesional y de sus libertades individuales, asi como de su
valoración como ser humano.
Últimamente,
cuando en los instituos trabajamos talleres de género (Moviment Eva,
Port de Sagunt) y se comienzan por las tormentas de ideas o
brainstorming, a la pegunta sobre las características de las
mujeres, mucha gente pone los siguientes adjetivos :
- Quejicas.
- Lloronas.
- Todo les molesta.
- Se quejan de cualquier cosa.
Ésta
es otra de las respuestas naturales a los mensajes del postmachismo.
Para minimizar la violencia que los hombres ejercen sobre las
mujeres, a ellas se las acusa de exageradas, de histéricas.
“Uno
de los elementos que más a jugado a favor de la perpetuación del
patriarcado [...] se ha basado en la resta de credibilidad a las
mujeres.” (Lorente, 2009 : 111).
Cuando
un colega o compañero, a pesar de no tener demasiada confianza, nos
toca los hombros para saludarnos, nos ponen una mano en la cintura
para que nos apartemos y poder pasar o nos tocan el pelo porque
tenemos una pelusa, nos sentimos incómodas, como es normal. Sin
embargo ellos niegan la intrusión o acoso en estas acciones, y toman
las quejas de las mujeres como ridículas, y lo mismo con cualquier
tipo de acoso y violencia que ejercen contra ellas.
Esta
supuesta exageración se ha asimilado en el contexto social, y ha
conseguido que la violencia no explícita se vuelva invisible y que
las mujeres sufran en silencio el malestar consecuente de esta
violencia, y que lo achaquen a algo interior en vez de a algo
exterior.
El
guerrero, el rey y el patriarca.
Los
hombres construyeron su identidad para que sea una herramienta de
control y dominación.
El
patriarcado comienza con la toma en posesión de las mujeres para
usarlas como capital humano, a ellas y a su descendencia.
“La
privación de la sexualidad libre femenina es el primer paso de la
aculturación de la mujer, mientras que la apropiación de su
producto natural, el hijo, es el primero del dominio sobre ella.”
(Sau, 1986 : 21).
El
uso de mujeres como propiedad privada tuvo que ir necesariamente
acompañado de violencia, para obligarlas a conformarse con el nuevo
papel asignado a la fuerza.
Por
otra parte, esto comenzó a suceder en una era de la historia en la
que las poblaciones empezaban a expandirse invadiendo a otras
vecinas. Todo ese proceso fue acompañado de batallas, guerras y
episodios de violencia, donde la figura más valorada era la del
asesino más sanguinario, aquel que más enemigos mataba en batalla,
y a quien eran entregadas las mujeres capturadas en compensación.
Un
hombre violento, un guerrero, poseedor de mujeres a su disponibilidad
como objetos de placer, uso de mujeres y de sus hijas e hijos como
propiedades privadas... Esta figura de la virilidad es precisamente
la que permanece aún hoy.
Cuando
en los talleres de género se hacen las tormentas de ideas respecto a
las características de los hombres, todo el mundo coincide en las
mismas (Monográfico
“Género
y Prevención de Violencia desde la Animación Juvenil en
adolescentes”, Erick Pescador Albiach, Port de Sagunt 2011).
- No tener nada de feminidad.
- Heterosexualidad (homofobia).
- Proveedor.
- Protector.
- Infalible.
- Fecundador.
- Agresivo.
- Deportista.
- Competitivo.
La
primera característica que debe tener un hombre, es no parecerse
en nada a una mujer, y por lo tanto, no tener ninguna de las
características que se les suponen a ellas (ternura, dulzura,
cuidadora, comprensiva). Un hombre que tenga características
afeminadas, no es considerado un hombre de verdad y no entraría al
club de los fráteres, ya que no estaría manteniendo su
masculinidad, y por lo tanto perdería poder frente a otros hombres.
Por esto mismo, un hombre debe ser heterosexual, porque la
homosexualidad es asimilada a los hombres femeninos, y porque los
homosexuales no ejercen la dominación sobre las mujeres en las
relaciones afectivo-sexuales.
Las
siguientes son el ser proveedores y protectores.
Se
dice que en el pasado hubo un pacto de convivencia entre hombres y
mujeres, en el cual ellas ofrecerían respeto a sus maridos, y ellos
la manutención de las esposas y de los menores. Por respeto
entendemos acatar la voluntad, y por mantener, entendemos tenerlas en
casa con la pata quebrada.
A
partir de este papel tradicional del marido como aquel que lleva el
sustento a la casa, se identificó ser hombre con tener trabajo y
dinero, tanto que en algunas familias el primer trabajo de los hijos
se ha considerado un verdadero rito de paso de niño a hombre, y que
muchos varones ven amenazada su masculinidad cuando pierden su
trabajo o no consiguen ninguno.
Por
otra parte, el binomio mujer-débil/hombre-fuerte ha generado la
creencia de que son ellos quienes deben protegerlas a ellas de todos
los peligros del mundo. En un mundo de hombres, una mujer sola está
expuesta a agresiones, pues estos ya se encargan de hacerlas sentir
vulnerables en las calles (acoso verbal). El papel del hombre
entonces, incluye preservar la integridad de la mujer frente a las
amenazas que pueda sufrir (hasta el momento en que sea él mismo
quien suponga el riesgo para la integridad de su compañera).
Mantener
a la familia y protegerla se han convertido también en
características que los hombres hacen inherente a su identidad y a
su condición de varones.
La
infalibilidad es otra de las propiedades que se le otorga a la
virilidad.
Vivir
el riesgo con estoicidad es parte de la vida de los hombres y
adolescentes. A través de las acciones de riesgo ponen a prueba su
masculinidad para exhibirla y reforzarla, lo cual les otorga un
status en el grupo.
Estos
riesgos tienen diferentes formas de manifestarse : beber alcohol
hasta perder el sentido, probar todo tipo de sustancias, sobrepasar
los límites de velocidad al conducir (cuanto más se sobrepase
mejor), ponerse frente al toro en las fiestas populares, pelearse,
etc. Actividades que suponen un riesgo para la salud y para la vida
todas ellas, y que los hombres practican con más o menos frecuencia
en su día a día.
El
hecho de vivir las enfermedades con despreocupación, también es un
rasgo de la creencia en la infalibilidad masculina. Hombres que no se
preocupan de su propia salud, que son arrastrados por sus mujeres a
las consultas médicas, ya con serios problemas de colesterol,
tensión o azúcar, y que siguen negándose a cuidar de sí mismos
(pues para eso ya están las mujeres), obligando a sus compañeras a
movilizarse y a ir tras ellos tratando de convencerlos de que
muestren algo de interés por su propia salud. Este papel de la
mujer, pendiente en todo momento del estado del marido despreocupado,
no hace más que volver a posicionar el papel del hombre como centro
de todo, ya que obliga a la esposa a actuar por y para él.
Ser
fecundador también es una característica que refuerza la
masculinidad.
Cuando
el ser humano descubrió el secreto de la procreación, el
protagonismo dejó de ser de las mujeres, que, ya presas del
patriarcado y usadas como propiedades de los varones, se convirtieron
en fábricas de hacer hijas e hijos, para pasar al hombre, quien pasó
a considerarse el sujeto importante en el proceso de reproducción.
Tanto es así, que hoy en día todavía podemos leer definiciones de
masculino como “que está dotado de órganos para fecundar”
(RAE). El hombre fecunda (activo) y la mujer es fecundada (pasivo).
Saberse
capaz de preñar a la mujer pasa a ser también, una condición para
la identidad masculina tradicional.
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Ya
desde la infancia, los niños saben que deben poner a prueba su
condición, respondiendo de la forma en que la sociedad considera
adecuada ante la agresividad. Las peleas son una forma de exhibir un
carácter belicoso y al mismo tiempo de no dejarse amedrentar. No
sólo refuerza la identidad, sino que puede otorgar una mejor
posición y consideración dentro del grupo.
Esas
demostraciones de agresividad y de fuerza son parte de la actividad
diaria en los institutos, donde los adolescentes tienen que
manifestar que ya son hombres y que se merecen el prestigio que ese
título otorga.
Esa
agresividad no sólo se prueba entre ellos, con peleas (si existe
animadversión) o con juegos que sirven para medir fuerzas, como los
empujones que implican cierto grado de afectividad (si existe
amistad). Otra manera de hacer alarde de ella, es usándola contra
las chicas. La violencia verbal que se usa en las conversaciones
entre hombres para hablar de las mujeres, es otra ocasión cotidiana
donde ellos pueden fortalecer su masculinidad frente a los demás.
Esto
al mismo tiempo reaviva el “pacto entre hombres”, la pertenencia
al “club de los fráteres”, ese grupo exclusivamente masculino,
en el cual las mujeres no pueden entrar ni conocer lo que en él
ocurre, y a través del cual se posicionan como referentes,
dominadores y protagonistas.
El
deporte como forma de ocio preferida para los chicos, es otra
peculiaridad que mantiene el status quo de esa dualidad mujer-débil
y hombre-fuerte, ya que para ellas se elige otro tipo de ocio que no
estimula sus capacidades físicas, al mismo tiempo que da rienda
suelta a la agresividad de quienes lo practican, aunque más que de
dar rienda suelta a una supuesta agresividad inherente, deberíamos
hablar de agresividad adquirida como aprendizaje en ambientes de
violencia. Los deportes de contacto fuerte, de lucha, de gran
competitividad, suelen ser los favoritos.
La
competitividad, ya para acabar. es una de las partes más importantes
de la identidad masculina.
Una
identidad que se construye a partir de la figura del guerrero, aquel
que mata en la guerra y que posee a las mujeres como recompensa a sus
hazañas. Más tarde, se apropia además de los esclavos capturados,
pues la explotación de los hombres hacia las mujeres, abre la puerta
a todo tipo de explotación humana.
“La
esclavitud de las mujeres es sin duda el modelo para esclavizar a los
sujetos o grupos humanos vencidos en la lid.” (Sau, 1986 : 22).
La
figura del guerrero con grandes posesiones de capital humano,
evoluciona y se traspasa a la figura del rey durante la edad antigua,
aquel que posee el poder sobre la vida de quienes habitan su feudo y
que sigue saliendo a la guerra encabezando su ejército.
Con
el fin del feudalismo y el comienzo del capitalismo, el pacto de
igualdad entre hombres que se genera a partir de la ilustración,
incluye de manera implícita que todos sean reyes. Sólo uno puede
ser el mejor hombre, pero a partir de entonces todos serían los
reyes en sus hogares, con la potestad sobre la vida de la mujer y de
su prole.
Sin
embargo, ese afán de ser el mejor de los hombres, ha perdurado y se
mantiene actualmente. Ser el varón con más status o mejor
considerado en el grupo, es una importante condición para aquellos
hombres que han decidido identificarse con esa masculinidad
tradicional y hegemónica, ser machos machistas, y buscarán competir
con los demás por obtener el título de macho alfa.
Como
podemos apreciar, todas estas cualidades mencionadas son
absolutamente incompatibles con la convivencia en democracia,
igualdad y paz.
La
agresividad y la violencia, la competitividad, la lucha por
mantenerse en un papel de dominación, y el rechazo a la ternura y a
la ética del cuidado, van en contra de la sociedad igualitaria que
deseamos, ya que dentro de ese juego de roles, donde el más bárbaro
es el más valorado, no hay cabida para todas y todos, por el
contrario, se da la discriminación, la violencia para perpetuar un
poder adquirido por nacimiento, y la exclusión tanto de las mujeres
como de los hombres que no responden a la identidad masculina
hegemónica.
Yo
machista, tú machista, él y ella machistas.
El
primer paso para curarse de la misoginia, es reconocer que se está
contagiada o contagiado.
Y
es que vivimos en una sociedad donde llamar a alguien machista se
considera una gran afrenta, sin embargo, serlo no parece tan grave,
siempre que no se salga de unos límites establecidos como normales. Comportamientos tan graves como la exclusión y la violencia se han revestido de normalidad,
nos bombardean con publicidad bilogicista que trata de demostrar que
la agresividad es innata en los varones y la timidez o la dulzura es
natural de las féminas, para ocultar la realidad, que se trata de un
producto creado por el orden social establecido, a través de sus
instituciones y su propaganda.
Sin
embargo, interesa que la población crea que son realidades naturales
e inamovibles, para poder recrear el status quo dominante del
patriarcado, donde tanto los hombres como las mujeres, somo víctimas
de tener que escenificar unas identidades forzadas, que nos situan en
riesgos y nos proporcionan infelicidad.
Si
queremos romper con la dictadura de los roles, debemos empezar por
comprender cómo se han construído y porqué.
A
partir de ese momento, estamos preparadas y preparados para
deshacernos de ellos.
El
trabajo de deconstrucción de la feminidad, comenzó hace años. Las
mujeres ya no somos las guardianas del hogar, sin embargo, tampoco
hemos abandonado ese papel. Nos encontramos en un período de
transición, cuya duración depende en gran medida, de que los
hombres empiecen por deconstruir la identidad masculina vigente, y
construyan otras formas de ser hombres, más relajadas, libres de
violencia, preparadas para entrar a disfrutar de la vida doméstica y
familiar, del placer de cuidar y de garantizar la vida y el bienestar
a quienes les rodean, en lugar de vulnerar su seguridad y su
integridad.
De
ese modo, estaremos más cerca de la igualdad real de oportunidades y
de la corresponsabilidad total, tanto en el ámbito privado como en
el público.
Si
aquellos roles divididos y rígidos se han adquirido a través de la
educación, los nuevos también pueden llegar por esa vía.
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En
la enseñanza reglada, existe la discriminación de género. En los
planes de estudio apenas aparecen figuras femeninas, luego el
estudiantado aprende que las mujeres no han participado en la
historia ni en la creación de saberes.
Es
deber de la escuela coeducativa, recuperar la historia de las mujeres
para enseñar sin sesgo machista, o de lo contrario, los y las
alumnas caerán en la creencia de que la cultura ha sido desarrollada
exclusivamente por hombres, y que por lo tanto no existe la
pretendida igualdad, ya que ellos han sido más capaces desde
siempre, invitando a los chicos a desarrollar cierta prepotencia, y
negando a las chicas la oportunidad de sentirse identificadas con
figuras femeninas que hayan tenido papeles relevantes en el mundo.
Por
otra parte, las mujeres han de trabajar sobre su propia autoestima.
Para
esto es necesario crear un halo de sororidad y de confianza entre
mujeres.
Como
objetos expuestos a la observación y juzgadas en todo momento por
cualquier conducta, culpadas de todos los males, incluso de los que
son víctimas, y obligadas a responder por el bienestar de los demás,
las mujeres han visto mermada su autoconfianza y su autoestima, que
sólo se refuerza cuando se comportan de manera que resulte
placentera a quienes las rodean, nunca para sí mismas.
Debemos
depositar nuestras energías y nuestra confianza en nuestras propias
capacidades como personas. Ese será el camino para reivindicar, no
sólo nuestras libertades y el reconocimiento de nuestro papel,
nuestra valorización, también el cambio que ha de generarse entre
los hombres para que nuestro avance hacia la equiparación real sea
posible.
Los
hombres, han de empezar a abandonar esa posición defensiva de su
status.
Estudiar
las identidades masculinas y todos los perjuicios que conllevan,
puede ser el primer paso hacia la búsqueda de nuevas formas de ser
hombres.
Deben
abandonar la creencia de que las mujeres están a su disposición, y
de que por ser hombres son el referente y el sujeto, para empezar a
valorar los beneficios de la igualdad, solidarizarse con sus
compañeras y empezar a inmiscuirse en la búsqueda de la equidad.
A
día de hoy, todavía ellos piensan que llegar a la igualdad es un
problema que sólo sufren las mujeres y que, por lo tanto, únicamente
a ellas les corresponde actuar. Se niegan a ver de frente su propia
responsabilidad al no querer salir de una posición de dominación y
de poder. Para que las mujeres puedan tener más libertades, es
imprescindible que los hombres renuncien a ciertos privilegios.
Reconocer
que el problema existe, será la primera herramienta para trabajar
creativamente formas de conseguir la igualdad de oportunidades y el
fin de la discriminación, y por lo tanto, de la violencia necesaria
para mantenerla.
Lara Díaz.
Bibliografía.
La
igualdad también se aprende
: cuestión de coeducación / María Elena Simón Rodríguez
Madrid : Narcea , 2010
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Los
chicos también lloran : identidades masculinas, igualdad entre los
sexos y coeducación /
Carlos Lomas (comp.)
Barcelona : Paidós, 2004
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El
siglo de las mujeres
/ Victoria Camps
Madrid : Cátedra, 1998
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Aportaciones
para una lógica del feminismo
/ Victoria Sau
Barcelona : La Sal, 1986
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Los
nuevos hombres nuevos : los miedos de siempre en tiempos de igualdad
/ Miguel Lorente Acosta
Barcelona : Destino, 2009
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Mujeres
que corren con los lobos /
Clarissa Pinkola Estés ; traducción: Ma. Antonia Menini
Barcelona : Ediciones B, 2007
Barcelona : Ediciones B, 2007
El
tratamiento de la agresividad en los centros educativos, propuesta de
acción tutorial /
Marta Rovira
Bellaterra (Barcelona) : Universitat Autònoma de Barcelona, Institut de Ciències de l'Educació, 2000
Bellaterra (Barcelona) : Universitat Autònoma de Barcelona, Institut de Ciències de l'Educació, 2000
Claves
feministas para la autoestima de las mujeres
/ Marcela Lagarde y de los Ríos
Madrid : Horas y Horas, 2000
Madrid : Horas y Horas, 2000
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